viernes, marzo 25, 2005

Hay en el subte A una chica muy simpática.

Trabaja de persona que abre y cierra puertas y toca el pito. Siempre está con el pelo onda casual, la camisa fuera del pantalón, caminando distendida.

Es una mujer grande, si. No sé la edad, ni el nombre.

Pero una vez estaba yendo hacia no recuerdo donde, y abrí la puerta con la misma mano en la que tenía el discman.
-Que fuerza!- me dijo en esa oportunidad. La miré y vi esa sonrisa, esa cara dulcemente indescriptible. Y me bajé.


Hace un tiempo la volví a ver, en el subte A, haciendo su trabajo. Pero esta vez desde lejos. Ella estaba en el medio del vagón y yo en una de las puntas. Y desde lejos noté lo mismo que aquella vez. De hecho la vi de espaldas y la reconocí. Cuando giró la cabeza hacia un costado, para saludar amablemente a un señor de muy avanzada edad, como suele hacer con mucha gente, la ví y noté que ya habia dejado de ser la de subte de aquella vez. Habia pasado a ser la del subte de dos veces, que no es poca cosa.

Si llego a trabajar en Once, que es muy posible, voy a usar el subte A todos los días y eso va a ser un inconveniente. Un lindo inconveniente.