lunes, marzo 21, 2005

El colectivo es una parte importantísima en el lugar en donde vivimos.

Mas allá de que mi preferencia personal sean los medios de transporte con rieles, como el subte o el tren; el colectivo es algo que a muchos, de una u otra forma, nos marcó.

Todos alguna vez, viajando con un mayor, pensamos en la remota posibilidad de que cuando uno va a bajar las puertas se cierren y quede el mayor a cargo en la calle y nosotros en el colectivo, yendo a vaya uno saber dónde.

Todos, alguna vez, por mas lejana que sea, tuvimos la idea de tirarle un balde con agua al colectivo pasando.

El colectivo no deja de ser un medio de transporte y no deja de pasar desapercibido. Hasta que logramos percibirlo cuando pasan cosas como bocinazos o ruidos de motor cuando hablamos por teléfono, por decir un ejemplo. Notamos mucho mas las desventajas del colectivo que las ventajas.

Podemos llenarnos de ofertas, comer tres alfajores triple tapa por un peso, relojearle el diario al de al lado, mirar desde la altura el interior de algun que otro auto, espiar por sobre los escotes que deambulan por la vereda.

Y tambien, por si eso fuera poco, podemos dormir.
El colectivo es un excelente lugar para darnos aquella siesta que nos debemos. Previo a algún encuentro y después de un día un tanto agitado, dormir en el colectivo es algo que, aunque incómodo, se disfruta como pocas cosas.

Inconscientemente cerramos los ojos, dejamos de prestar atención a los ruidos, imaginamos algún lugar confortable y, sin siquiera notarlo, pasamos al encantador mundo de los sueños.
Confiamos ciegamente en el chofer, en que nos va a llevar a destino; y también en nosotros: en una capacidad extrasensorial que con total exactitud va a hacer que nos despertemos en el lugar justo.

Aunque lleguemos tarde, aunque estemos nerviosos; una siesta en el colectivo es inevitable. Solo pueden darse el lujo aquellos que viajan sentados. Sacando al colectivero, claro.