miércoles, enero 06, 2016

Sueños

El 24 de Diciembre hice una cena en casa, por navidad. Invité a Tomás, el amigo de Manuela Ledesma; a Enzo, un muy buen amigo que también fue mi roommate, a Cloclo, la novia de Enzo; y a Priscilla.

Cada uno de nosotros preparó algo para comer, y trajo algo para tomar.

Priscilla fue la primera en llegar. Para ese entonces ya nos habíamos visto una o dos veces esa semana, preparando el viaje de año nuevo.

Priscilla y sus amigos tienen la costumbre de hacer las "soirée chics", que es juntarse entre amigos para cenas como esta de navidad, y vestirse bien. Elegante, de alguna forma que no sea común entre nosotros.

En un momento, la cena ya lista, ella y yo nos fuimos a cambiar. Ella se cambió en mi dormitorio, yo me bañé y me cambié en el baño.
Cuando salí, la vi delante mío; hermosa. Deslumbrante. Sus pies en zapatos de taco alto. Sus piernas, largas, formadas, eternas; se dejaban mirar casi en su totalidad, hasta cubrirse por un corto vestido negro, pegado a su figura.

Los párpados bien maquillados, con una sombra violeta. Las pestañas arqueadas, junto con su sonrisa, eran el marco perfecto para sus ojos del mismo color que un lago escondido en el medio de un bosque lejano y silencioso.

La cena fue divertida y abundante. En un momento le di un regalo, envuelto en unos cuantos papeles de diario, improvisado. Era un molde para hacer muffins, sobre el cual había una tarjeta hecha a mano, improvisada, en donde escribí que "No existe cosa en el mundo que me cause más placer que ayudarte en tu misión en este mundo..."

Del lado de adentro, un dibujo de un muffin, y este texto "Por un mundo mejor, un muffin à la fois"

Me abrazó, me agradeció, se rió.

Rato más tarde, pero no mucho, los invitados se fueron. Todos, menos ella.

Me dijo que no podía irse sin ayudarme a lavar los platos. Así que nos quedamos solos; ella y yo, lavando todo. Charlando, las caras cerca y las almas también, pero no tanto como hubiese querido.

Terminamos de lavar las cosas, charlamos un rato más, ella se cambió, y me dijo que se iba. Me abrigué y la acompañé unas cuadras.

Frío.
Y no hablo del frío exterior. Hablo del frío que sentí, volviendo solo, viendola irse, sola, en bicicleta.
El día 25 de Diciembre fuimos al cine. En realidad primero cenamos juntos; y luego decidimos ir al cine, juntos, cerca de la casa de ella. El cine queda frente a un parque muy pintoresco, que no estaba nevado todavía pero sí tenía las luces de navidad.
Habíamos hecho muffins en su casa, los cuales llevamos al cine junto con unas mandarinas marroquíes muy dulces.
La película era entre graciosa y melosa.
A la salida, charlamos mucho sobre la trama, sobre la peli, sobre que muchos lugares que debían ser Brooklyn allá por el 1930, eran en realidad rincones de Montreal; que tiene ese look antiguo, todavía.
Ya en su casa, seguimos charlando, y me ofreció quedarme a dormir. "Ya es tarde, podés quedarte a dormir acá si querés"
Sin dar tiempo a mi ilusión, aclaró "En el sillón"
Agradecí y rechacé la invitación; me abrigué y me fui en bicicleta.
Cuatro cuadras más tarde, me dije que no, que no podía irme sin decirle cuánto me gustaba. Dí la vuelta y volví a su casa.
Miré la ventana del dormitorio, la luz apagada. Dï la vuelta por atrás, y miré la ventana de la cocina. La luz apagada.
Busqué la ventana del living; la luz apagada. Desistí y volví a casa, pedaleando despacio hasta la cima de la colina. Ahí prendí un porro y seguí pedaleando.
De nuevo, frío.
Una vez en casa, me dijo que el día siguiente iba a nevar, y me invitó a hacer snowboard. Le dije que me parecía un poco imprudente: el 27 de diciembre íbamos a irnos de viaje a la montaña; sería muy tonto lastimarse el 26 haciendo snowboard.
Y le dije que aceptaba, si lo hacíamos con cuidado de no lastimarnos, sin hacer tonterías ni pruebas raras.
Me dijo que sí, y le dije que con ella, estoy dispuesto a vivir cualquier tipo de aventura.
Así fue que el sábado 26 de diciembre nos encontramos en la estación de metro; ella vestida con la ropa de snowboard, al igual que yo. Nos saludamos, nos reímos, nos dijimos que iba a ser un día muy lindo, nos alegramos de ver -de nuevo- la nieve caer sobre Montreal y cubrir el frío gris del otoño con el gran, infinito, manto blanco de la nieve.
El snowboard, bien. Normal. Despacio, lento, tranquilo. Suave.
Y del mismo modo, no pude contenerme en el viaje de vuelta. Se lo tuve que decir.
Manejaba y miraba los carteles de los kilómetros, diciéndome que cada vez queda menos tiempo de viaje, solos en el auto. Adentro, ella y yo, uno al lado del otro. Afuera, la noche, oscura e infinita.
-Tengo que preguntarte algo- le dije. -Vos sabés que me gustás, ¿no?
-Si, lo se. Me pareció, sí.
-Bueno. Y lo que quiero saber es si a vos te molesta que me gustes. Si te sentís incómoda, si te sentís invadida, si te sentís mal; si preferís que lo disimule. Si preferís que tome distancia.
Y me dijo que para ella todo seguía igual que hacía un año. Que nada cambió.
Eso quiere decir "vos a mi no me gustás"
Le dije que yo no estoy enamorado de ella, pero que siento que la amistad que tenemos tiene mucho más potencial, que somos un equipo perfecto, que nos complementamos, que nos entendemos.Que tenemos los mismos valores y convicciones, que tenemos una conexión especial, que hasta los más distraídos en algún momento notaron que ella y yo somos mucho más
que dos.

Entonces me dijo que ella no estaba dispuesta a perder a su mejor amigo. Que ella me quiere y me aprecia, que me admira y me necesita; pero como amigo.Y le dije que entonces a los dos nos parecía lo mismo. Solamente que yo tomo todas esas cosas como señales de que hay para más; y ella, en cambio, juega de forma conservadora; a guardar el status quo.

Le dije que a mí también me daba miedo que se rompa la amistad, que justamente por eso le tenía que decir lo que me pasaba. Y de nuevo, que aunque haya riesgos, con ella -y esta vez por ella- estoy dispuesto a vivir cualquier tipo de aventura.

Nos invitamos a cenar. Charlamos mucho, charlamos sobre que me acosté con su amiga, y sobre que su amiga en algún momento estuvo enamorada de mí también. Charlamos sobre cómo yo no estoy dispuesto a presentarle a un amigo mío a ella, pero ella sí estaría dispuesta a presentarme una amiga. Charlamos sobre otras cosas también, algunas graciosas, otras más serias.


Cuando el mozo nos preguntó si ya habíamos terminado, le dije que sí.
-¿Cuántas ceuntas?- preguntó.
-Dos- dije con voz firme.
Se subió al auto de mi papá -que me lo prestó para irnos de viaje- y manejó hasta casa.

Manejó hasta mi casa. Me dejó en la puerta y bajó del auto para ayudarme a bajar todo mi equipo del baúl. Nos abrazamos, me dijo que estaba contenta de nuestra charla. Mis manos no podían parar de acariciar su espalda, con ganas de inmiscuirse dentro del pantalón; con ganas de enredarse en el pelo, con ganas de rozarle las orejas y de apoyar la palma en su cuello.
Subí al departamento. Frío.
Pero al día siguiente íbamos a irnos de viaje. Ella, Johanne, Fred y yo. Los cuatro. De viaje intenso, de invierno, en el bosque, en la nieve. Un viaje bien preparado, esperado; y que me causaba cierto temor.
Domingo, 27 de Diciembre. Ocho de la mañana. Me despierto, reviso la mochila. Ocho y media llega Priscilla en auto. Bajo las cosas, nos abrazamos. Saludo al resto del grupo, guardo las cosas y me siento del lado del conductor.
Ella, acompañante.
La misma imágen que la noche anterior.

Me acuerdo que la noche anterior, en un momento, en Rachel esquina Papineau, esperando en el semáforo para doblar; le dije que era muy duro, algunas veces, porque en momentos como ese, mi mano deseaba al máximo poder posarse sobre su pierna. Poder sentir su calor. Poder tener ese contacto físico que tanto necesitaba.
Ruta. Viaje. Charlas, risas. Discusiones.
Preparativos, algunas miradas, cosas graciosas. Complicidad. Secreto.
Llegamos a destino, nos vestimos de invierno, y nos fuimos, caminando sobre la nieve. Hacía frío pero todavía el sol iluminaba intensamente.
Caminamos alrededor de 7 kilómetros hasta el primer refugio. Mágico, sobre el borde de un precipicio. Dos montañas delante nuestro, lejos; y entre ellas, el río Saint Laurent. En la costa opuesta, la ciudad de Kamouraska. O cerca.
No nos acostamos tarde.
Me lavé los dientes mirando el paisaje.


El día siguiente fue el más intenso de todo el viaje

El plan era caminar alrededor de 7 kilómetros por dia. Pero el lunes 28 de diciembre caminamos alrededor de 13 kilómetros. Pasamos por paisajes hermosos, como si hubiesen escapado de un libro, de un cuento, de una película, de un cuadro.

Trece kilómetros llevando toda la comida, toda la ropa. El agua de las botellas ya estaba congelada. La noche cayó sobre nosotros mientras todavía caminábamos, cuesta arriba, sin más luz que la de nuestras linternas.

Había viento, que soplaba y movía las ramas de los árboles, que crujían. La nieve se movía delante nuestro, sin ritmo ni rumbo.
Cansados, mojados. Las manos dentro de los guantes; los guantes dentro de los otros guantes. Los cierres hasta la nariz. La cabeza cubierta por gorro y capucha. Los pies encerrados en botas hacía horas.
Llegamos al refugio. Fue un momento fantástico. Estaba habitado, había fuego en la salamandra. Acomodamos nuestras cosas, colgamos la ropa para que se seque, preparamos la cena, charlamos; organizamos el viaje del día siguiente.
Johanne y Fred se fueron a dormir.
Priscilla y yo nos quedamos abajo, frente a la salamandra. Sin más luz que la de nuestras linternas.
Todos dormían.

Me abrazó, la abracé. Fue un abrazo largo. Me dijo que estaba contenta de que estemos juntos. Le dije que yo también.
Me deseó buenas noches y que tenga lindos sueños; y subió a acostarse.
Yo la seguí. Nuestras camas estaban lejos.
Acostándome, tuve un pensamiento, en español. Me dormí pensando que, al día siguiente, iba a escribirlo en mi diario de viaje.

Esa mañana hicimos un desayuno muy rico. Johanne preparó avena con kinoa, arándanos, almendras y azúcar marrón. Priscilla agregó jengibre, cortado en pedacitos chiquitos.
Yo tomé un chocolate caliente, con un toque de café.
Preparamos las cosas para irnos; y aproveché el instante para escribir mi pensamiento en el cuaderno. Un cuaderno chiquito, naranja, que me regaló Julieta hace ya unos meses.
Del lado izquierdo, en español. Del lado derecho, en inglés.
Perdón, en francés
Johanne me preguntó si escribía en mi diario, y le dije que sí. Pero que no escribía todo el tiempo, solamente algunas frases, de vez en cuando.
Cuando ya todos estuvieron listos, agarré el diario del refugio, donde los viajeros dejan sus notas y huellas; y lo escribí, en francés, en version corregida.
El texto decía algo así:
"Algunas veces
de noche, cuando te tengo en mis brazos
y me deseás buenas noches
y me deseás lindos sueños;
cierro los ojos. Y sueño.
En mi sueño,
no dejo de abrazarte
hasta la mañana siguiente"

Cerré el cuaderno, miré alrededor, y lo dejé; sin que nadie me viera, en el estante del refugio.
Me puse la mochila, y cuando estaba poniendome los guantes, Priscilla me dijo que quería leer lo que escribí.
-No, no lo leas- le dije.
-Lo voy a leer.
Lo leyó.
Suspiró. Me miró y me dijo, con voz intencionalmente distante, pero con vestigios de ternura; "te comiste una S"

Salimos de la cabaña y emprendimos el viaje, la caminata de 7 kilómetros, hasta el nuevo refugio.
Llegamos, y antes de sacarme las botas y todo el abrigo, pedí que me dieran las botellas.
-Aprovecho ahora y voy a buscar el agua para la cena.
-Yo te acompaño- dijo Priscilla.
Juntamos las botellas y fuimos, solos, entre la nieve y los bosques, por un sinuoso y estrecho camino, hasta el arroyo del cual, según el mapa, podíamos tomar agua.
Llenamos todas las botellas. Mientras tanto, Johanne había empezado a sacar los colchones y las bolsas de dormir de las mochilas, para que se vayan calentando. Fred había empezado el fuego.
Llegamos cargados con todas las botellas; y ahí si, nos sacamos el abrigo. Johanne nos anunció que había sacado los colchones, pero que los acomodemos como nosotros queríamos.
Entonces Priscilla subió, y vio que Fred, Jojo y yo estabamos de un lado; y ella, del otro. Sola.
-No quiero dormir sola- dijo.
Colgamos la ropa para que se seque, y fuimos a dormir una siestita en grupo. Afuera era de noche. En este refugio eramos solamente cuatro.
Después de la siesta, me desperté y le dije a Priscilla;
-si querés puedo mover mi colchón al lado del tuyo, mirá.
Y lo muevo. Pero no al lado, sino de manera perpendicular.
Mi cabeza quedaría pegada a sus pies, formando una L.
Y me dijo que no, que lo ponga al lado.
-Pero cómo vas a hacer para levantarte a hacer pis, a la noche, si yo estoy acá al lado tuyo?
Y me dijo
-No voy a levantarme.
Cenamos. Nos reímos. La pasamos muy bien.
Y, como era previsible, nos fuimos a acostar. Temprano.
Ella se acostó del lado de la pared. Yo, a su derecha.
Luces apagadas.
Johanne y Fred, durmiendo, con los tapones en los oídos.
Yo, boca abajo. Crucé los brazos y enterré la cara.
Después de algunos segundos, en un esfuerzo, giré hacia mi derecha, donde estaba Priscilla, y le dije "Bonne nuit". Giré hacia la izquierda y cerré los ojos.

Pasaron algunos segundos. Escuché una respiración profunda.

Escuché piel rozando el plástico de la bolsa de dormir.
Hice fuerza para no respirar fuerte. Regulé el ritmo y me induje a dormir.
Hasta que el ruido de la piel rozando la bolsa de dormir se sintió también en mi cuerpo.
Esa piel, que no era la mía, estaba rozando mi bolsa.
Y sentí dedos en mi brazo.

Giré, enredé mis dedos con los de ella. Tomó mi mano, giró, y se cubrió con mi brazo, como si fuese una frazada.
Me suspiró que no pudo dejar de pensar, en todo el día, en lo que leyó en el cuaderno de viaje.
Me dijo que se moría de ganas de que la abrace mientras juntábamos agua.
Acercamos las caras, respiramos los aires del otro, sentí el olor de su pelo; el mismo que había sentido la noche anterior, el mismo que penetraba todos mis sentidos.
Y me mordió el labio.
Nos besamos mucho. Nos tocamos, nos abrazamos. Nos descubrimos. Abrí el cierre de mi bolsa, dejé que entre primero sus piernas, después su cuerpo. Le levanté la remera, le besé la piel, le besé el cuello.
Me acarició el pelo, la cara, el pecho, el abdómen, las piernas.
Nos llenamos de besos, por todos lados.
Me dijo que no podía parar de besarme, que no podía dejar de olerme ni de tocarme. Y así pasamos horas. Horas.
Las demás noches fueron parecidas. Incluso en una noche, que fue mágica, nos encontramos ella y yo, los únicos todavía despiertos, en un refugio. Sin linternas. Esta vez, solamente con velas.

Delante nuestro, un gran ventanal.
El cielo, inmenso. El precipicio, casi tan inmenso. Las estrellas relucientes. Las nubes, ausentes.
Me dijo que era un momento perfecto.
Nos abrazamos, nos besamos, nos acariciamos. Nos olimos. Nos empezamos a querer de otra forma, como amigos pero como más que amigos.
Esa noche no dormimos uno al lado del otro.
Salimos a ver las estrellas. Salimos a acariciarnos. Hay una foto muy linda de ese día, que estoy esperando con ansias para mostrárselas.

Años esperando un momento así. Pero no "esperando" como quien espera un colectivo, sin poder hacer nada para que pase. Esperando mientras se lucha, mientras se piensa, mientras se siente. Haciendo, buscando, descubriendo, escuchando, mirando, deseando.


La mañana siguiente, escribí en el cuaderno algo que dice
Luego de noches de sueños, el momento perfecto llegó. Dormimos lejos el uno del otro, pero jamás estuvimos tan cerca.

Las estrellas, testigo.
Llegamos a Montreal, y me dijo que quería pasar la noche conmigo. Acepté, claro.
De pasada le dije que al día siguiente tenía que ordenar el departamento. Y me dijo que sí, pero a partir del mediodía. "La mañana la vas a pasar toda conmigo"
Me bañé y fuimos a su casa. Se bañó, y mientras tanto, acomodé la mesa. Prendí velas. Serví vino. Serví la comida.
La ví salir del baño, la piel húmeda, envuelta en la toalla. La atrapé en el dormitorio, la sequé y la llené de besos. Toda.
Fue una cena genial.
Casi ni dormimos. Pero tampoco hicimos el amor, porque estaba indispuesta BUUUUU
Horas besándonos, tocándonos, mirándonos. Riendo sin chistes, solamente de alegría.
Al día siguiente nos costó mucho salir de la cama. Era imposible. Los dos estómagos hacían ruido del hambre que teníamos, pero no podíamos dejar de fascinarnos con nuestras pieles.
Hasta que nos levantamos, la ví pararse, de nuevo, con sus piernas largas, interminables, y alejarse de la cama.
Me levanté desnudo atrás de ella, la abracé de nuevo. Abrí la ducha, ella entró conmigo. Nos enjabonamos mutuamente, nos besamos durante largos minutos. Nos enjuagamos, pusimos un tapón, y llenamos la bañera de agua caliente.
Primero me arrodillé yo. Ella parada frente a mí, de espaldas. Le mordí las pantorrillas.
Le mordí las piernas, le mordí los costaditos. Le mordí la cintura.
Después se dio vuelta y nos arrodillamos frente a frente, sin dejar de besarnos y mirarnos.
Después me senté, estirando las piernas, apoyado en la bañera, y ella se sentó delante mío.
Hermosa.
Caída del cielo.