Hace un tiempo, ya bastante largo, pensé que había similitudes varias entre nosotros, él y yo. En conductas cotidianas, desapercibidas, encontré parecidos notables. Por eso es que presté atención a esas conductas, que pasaron sin trascendencia para el resto de las personas, porque fueron las mías. Fueron mi misma cotidianeidad, pero ajenas.
Muchas palabras, el órden en que fueron pronunciadas, el énfasis, los silencios; fueron siempre, creo, parecidos. Las maneras, mis maneras, mas personales de mostrarme, esconderme, callarme, decir, opinar y mismo relacionarme con las personas se me hicieron mucho mas claras después de haberlas visto en tercera persona.
Es que como delante de un espejo, de a poco, sin más contacto que el que hubo, me ví un poco a mi mismo, reflejado, y luego volví a verme a mí mismo, pero en mí. Y me conocí un poco más. Ví la piedra salir de otra mano, ví cuando cayó y vi cómo se ve desde afuera lo que sólo supe, hasta entonces, cómo se sentía desde adentro.
Me dí cuenta que, en cierto modo, él y yo teníamos las mismas maneras, posiblemente, por tener los mismos problemas, las mismas inquietudes; y cerró todo en forma acorde cuando me dí cuenta que en los mismos laberintos salimos por las mismas salidas. Lo grave es que a los mismos laberintos entramos por las mismas entradas, también.
En un momento dado, debí haber sabido -lo supe- qué necesitaba (mos). Entendí su inquietud, y no pude, por no estar, darle una ayuda. Sabía lo que tenía que decirle. Sabía lo que tenía que hacer. Y frente a esa muestra de sensibilidad, tuve la misma reacción que él tuvo tiempo atrás. Me lamento algunas veces de mostrarme solo, escondido entre la niebla, dando pasos seguros, cuando en realidad camino para no quedarme quieto mientras, desesperado, busco en los bolsillos la linterna. Entonces, cuando todos lo vieron caminando y lo dejaron seguir, me dí cuenta de que lo que yo tenía para darle eran las pilas.
Curioso es que si todo esto me pasó, y si estoy en lo cierto; posiblemente a él también le haya pasado, y posiblemente haya sabido y haya sentido lo mismo que yo. Mientras escucho que nadie supo entenderlo, me digo a mi mismo que en realidad casi nadie supo entenderlo. Pude, pero tardé más en diagnosticar lo que luego, aún teniendolo en mente, fue una sorpresa.
Dejó las cosas y prefirió salir por donde yo no hubiese salido, alegando no tener lo que necesitaba, pero sin reprocharle a nadie el no haberselo dado. Y lo entiendo, no supo pedirlo.
Suena tragicómico si se quiere, pero fui ejemplo concreto, en la práctica, de lo que él quiso hacer, e hizo. Solamente que yo tenía un pasaje de vuelta y, de vez en cuando, abría el MSN.