Lo extraño es que el local era atendido nada mas ni nada menos que por el mismísimo Silvio Soldán, quien acompañaba a la gente en su recorrido metiendo comentarios de vendedor sobre cuanta cosa se interponía a la mirada del -posible- cliente.
Era común entrar y ver a Silvio. Silvio trabajaba ahí.
Uno lo miraba, en principio, integramente. Después le ojeaba la cara, se detenía, observaba la insignia en la solapa del saco, en donde podía leerse claramente "Silvio". Después, desconcertado, volvía a mirarle la cara, recorría su cuerpo entero hasta los zapatos lustrados, y volviendo a mirarlo a la cara decía:
-Silvio
Pero no con aire de pregunta, sino con aire de asombro. Y Silvio, respondiendo lo que nunca se le preguntó decía:
-Si, soy Silvio
Habia quienes preguntaban, también:
-¿Silvio?
-Si, soy Silvio- decía Silvio con aire de "acá me tenés, todo para vos, bombón".
Así era Silvio. Antes de las vacaciones, claro.
Yo soy el Silvio de la Süller declaró.