Avanza uno en la vida, abriendose paso en laberintos.
Uno va, intentando descifrar qué quiso decir tal o cual, puede que sea un loro, en códigos casi indescifrables.
Uno vincula situaciones de encuadres diferentes, relacionadas por algún ínfimo elemento en común entre cuadro y cuadro.
Va uno por la vida, sirviendole de guía quizás a alguna persona que no dé con la calle que busca para entregar una pizza.
Uno escucha diálogos, y se pregunta ¿cómo es posible que esa persona haya dicho eso? Es que uno cree que debió ser otra persona quien lo haya dicho.
Pero la vida, en realidad, es como la plaza de papel.